Podría decir que ésta es una película sobre el amor, y seguramente estaría mintiendo descaradamente. Y sin embargo, el amor es lo que le da cierta unidad a esta historia. Y más que el amor, las historias de amor entre un joven que quiere ser adulto y una mujer, y una pareja de ancianos. Porque Godard lo que nos dice claramente es que la adultez no existe, quizás solo sea un fundido negro entre la juventud y la vejez. Es una película que se narra desde el final, como diciéndonos que el final es el mismo siempre, lo que hay que inventar es el comienzo, es decir, los recuerdos. Los recuerdos, que se pierden en el tiempo, se desenfocan, se mezclan y se transforman, que pierden su horizontalidad temporal, y su dinamismo, hasta convertirse en imágenes en movimiento que se transforman en fotografías.
Una voz en off nos conduce por el laberinto de la conciencia y de la inconsciencia, nos guía por esta tarea de crear recuerdos. Esa voz nos pregunta sobre los mecanismos para la creación de recuerdos: la ópera, el cine, la novela o el teatro. Esa voz que nos advierte acerca del peligro de no inventar recuerdos, mostrándonos las paginas en blanco de un libro. Y para contarnos esto, Godard, rompe otra vez con el cine clásico. Elimina el aspecto dramático de los personajes, incluso nos oculta sus bocas, restando importancia a las palabras. Godard utiliza la comunicación a través de la cultura mediática, el afiche, los dibujos, las pintadas en las calles, las citas de libros, para comunicarnos sus ideas, un recurso que ha sido una constante en su cine. Elimina el contracampo, de manera que nunca sabemos a quién está hablando el personaje, o incluso, algunas veces, no sabemos si es el personaje el que habla, o alguna voz radial o televisiva, o tal vez, el narrador. La continuidad no existe porque en el mundo de la conciencia-inconsciencia, tampoco existe la linealidad temporal ni espacial.
Godard re-construye su cine, a través del pasado, mezclando objetos fijos y en movimiento, y en este sentido es explícito. Nos dice, citando a Bresson, que el cineasta tiene que tratar de que una imagen comunique lo mayor posible a través del silencio. Y por eso nos recalca: Las cosas empiezan a adquirir importancia, cuando han terminado (cuando hay silencio). Es porque ahí empieza la Historia.
lunes, 2 de abril de 2007
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