viernes, 20 de abril de 2007

Buble de Steven Soderbergh

Casi más importante que el acto del funámbulo en sí, son los prolegómenos del acto. Y no me refiero exclusivamente a la preparación del acto en si mismo, sino, a las horas vacías que anteceden a la función. El funámbulo llega a una ciudad desconocida, extraño en tierras extranjeras, deambula para distraer su mente y alejar temporalmente esa línea recta que lo persigue cada noche. Y fruto de sus paseos, aquélla tarde de febrero, el funámbulo se metió en la sala de cine, sin tener mucha idea lo que daban, sin presentir las desconcertantes imágenes que iba a ver. Por eso, mejor transcribo las palabras escritas ese día por el funámbulo:

Tenemos una mujer asesinada, un ex-novio conflictivo, un nuevo amante y una compañera de trabajo; personajes adecuados para configurar una excelente trama policial, que nos permita adentrarnos en las motivaciones de los mismos e identificar sensaciones, deseos, conjeturas y afinidades. Y sin embargo.
Lo que pudo ser una interesante e intrigante partida de ajedrez, se convierte en un puzzle para niños, en que de antemano se sabe la exacta colocación de las piezas y su posición final. Lo que pudo ser una muestra de destreza narrativa, se convierte en una pincelada de pocos trazos. Y sin embargo.
El director se vale de un asesinato para retratarnos ciertas realidades. La realidad de unas personas, perdidas en pueblos perdidos, sin objetivos, sin aspiraciones, sin deseos, sin palabras casi, y en que lo que más se ve es la repetición de las cosas. La terrible sensación de padecer un día exactamente igual al otro. Se sale a la misma hora para el trabajo, se realiza la misma acción mecánica en él, se realizan las tareas correctamente, se come la misma comida a la hora del almuerzo, se cruzan las mismas conversaciones, se regresa a la casa para acostarse, dormir y volver al día siguiente a repetir indefinidamente el día anterior. Se nos muestra un pueblo en donde las casas no difieren mucho uno de la otra, en donde las calles están vacías y la única manera de llegar de un lado a otro es en carro, a través de parajes solitarios y llenos de un azul gélido. Incluso, en la única escena en que aparece un bar, ésta es filmada en planos cerrados, mostrando solo los vasos de cerveza y los sorbos que dan los personajes. No hay tiempo ni espacio para el desenfreno, o siquiera, para la borrachera. Y en toda esta atmósfera, lo que resulta inquietante es que las imágenes más llenas de vida de la película, son las que aparecen las partes de las muñecas que se montan en la fábrica donde trabajan los personajes. Se ven ojos, pestañas, cabezas calvas, piernas, barrigas, manos. Y por eso, lo que puede resultar desconcertante, que la película termine abruptamente con la entrada en prisión de uno de los personajes, resulta extremadamente coherente cuando los créditos finales nos muestran las imágenes de muñecas acumuladas, juntas, sonrientes, como abrazándose. Y esos abrazos que no vimos en ningún momento en los personajes de la película, personajes (aunque es obvio decirlo) viven repletos de soledad, se acumulan en las imágenes finales de las muñecas inertes e (inquietantemente) sonrientes.