martes, 10 de abril de 2007

El funámbulo

Subo por las escaleras lentamente, uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez, veinte, treinta peldaños. No miro hacia el suelo. Escucho suspiros, escucho susurros, (¿la música?). Cuando estoy arriba, miro a las graderías. Veo a cientos de personas con sus cabezas levantadas, algunas aguantando la respiración. Ellos esperen que llegue al otro lado. Han pagado por ello. Yo, me he levantado hoy día, dispuesto a realizar lo que será mi última presentación. Ahora, no puedo dejar de sentirme atraído por el vacío. Sólo veo una cuerda delante. Una cuerda (¿un viaje?) por el que he ambulado infinitas veces. Esta cuerda ha sido mi casa, mi refugio, mi látigo. Empiezo a dar unos pasos. Son pasos firmes y seguros. La idea es moverse siempre, hacer desaparecer la inmovilidad, eternizar el movimiento (¿el cine?). Una sonrisa llena mi rostro, es la certeza de llegar a una meta, la seguridad de dar nueve pasos y en el momento en que mi pie izquierdo se esté moviendo de atrás hacia adelante, lentamente, dejar caer la pérdiga, y dejarme seducir por el vacío (¿la literatura?), sin detenerme a observar a las tres o cuatro personas que me miran desde las graderías, porque cuando uno se lanza al vacío, no voltea a ver a los rostros que lo miran caer. Y en esa caída, sentir llegar a mi, todas esas películas, todos esos libros, todos esos viajes, y recordar que soy un viajero, olvidado en su tierra, y desconocido en tierras extranjeras. Un funámbulo que cae y que al llegar al suelo solamente recibe el aplauso del golpe de su cuerpo contra el suelo. Y así, con esta caída libre, comienza este pequeño recuento de Mentiras, ya que las cosas empiezan adquirir importancia cuando han finalizado.