miércoles, 19 de septiembre de 2007

Tratado del gremio

Los gremios sobre los que escribo no tienen ninguna organización que los respalde. No disponen de estatutos escritos, ni tienen un local en donde reunirse, no manejan subvenciones del gobierno y tampoco un presidente que los represente. Estos gremios tienen un lenguaje común, únicamente disponible para los miembros del grupo. Acceder a este lenguaje resulta complicado si uno está fuera del grupo, pero le es revelado una vez que accedes a él. Esta revelación no es explícita. Después de un tiempo de pertenecer al gremio, el nuevo miembro empieza a entender códigos y gestos que facilitan la comunicación con los otros miembros. Inicialmente este lenguaje no es verbal. Empieza con guiños, movimiento de cejas, miradas encontradas que reflejan complicidad o amonestación. La duración de estos primeros gestos es mínima, no llega ni a una fracción de segundo.
A medida que uno asimila este primer lenguaje no verbal, sigue una segunda etapa en que la comunicación se realiza a través de las palabras. Pequeñas oraciones simples, formadas por tres o cuatro palabras, que inicialmente tratan sobre los problemas que aquejan al gremio. Estos cortos diálogos no tienen una duración mayor de cinco minutos y permiten compartir una dificultad sufrida, con la cual el otro sujeto inmediatamente se identifica. En estos diálogos se identifican enemigos, peligros, contratiempos, y se comparten maneras de afrontarlos.
Si la actividad del gremio permite una constante interrelación con los otros miembros del gremio, algunos desarrollan inofensivos sentimientos de envidia o competencia. No degeneran en un comportamiento agresivo contra los otros miembros. Se limitan a pequeñas rabietas o deseos subjetivos que la persona rara vez exterioriza.
En la época en que viví en una única ciudad, formé parte del gremio de ciclistas urbanos. Este gremio lo forman ciclistas que utilizan su bicicleta únicamente medio de transporte, ya sea para ir a trabajar, para realizar la compra, para ir a hacer deporte, para salir en la noche. Sólo habían transcurrido un par de días desde que empecé a usar mi bicicleta por las calles, cuando me descubrí realizando gestos que no me eran habituales. Inicialmente éstos fueron obvios y universales: girar la cabeza a la izquierda para ver si vienen coches, estirar la mano izquierda para avisar que me ponía al lado del carril más alejado de la acera, levantar el pulgar y cerrar los otros dedos de la mano en señal de agradecimiento. Luego, a medida que me cruzaba con mayor frecuencia con otros ciclistas, descubrí otras expresiones que me hicieron sentir la pertenencia al gremio: mover la cabeza levemente de izquierda a derecha o de derecha a izquierda según sea el caso para dejar el paso al otro ciclista; o una mirada desaprobatoria a un coche y el posterior movimiento negativo de la cabeza. Estos primeros gestos aún continuaban en el plano denotativo. Con el paso de los días, las expresiones adquirieron ligeros matices. Una ceja levantada podía significar saludar o ceder el paso, dependiendo de la firmeza con la que se hacía; el brazo izquierdo estirado en forma horizontal podría adquirir distintos significados dependiendo de la posición de la palma de la mano y de su movimiento.
Una vez asimilado el lenguaje gestual, la persona se siente plenamente miembro del gremio y se atreve con el lenguaje verbal. Las conversaciones ocurren principalmente durante los tiempos muertos en los semáforos y giran alrededor de los peligros y enemigos que acechan en la ruta. El principal tema de conversación entre los miembros del gremio es sobre su enemigo universal: los conductores de coches, y dentro de ellos, el chofer de taxi y autobús, respectivamente. Ellos odian al ciclista urbano porque éste se desplaza por el carril bus. No consienten esperar pacientemente a que termine la calle y poder adelantarlo tranquilamente. Estos chóferes se acercan al volante, presionan su mano vehemente contra él, alargan el cuello, entrecierran los ojos y aprietan agresivamente el acelerador, para pasar rozando la pierna izquierda del ciclista.
Otro tema recurrente en las conversaciones de los ciclistas es el estado de las pistas. Los baches, desniveles, desvíos, huecos, badenes, restos de vidrio y demás que pueblan las pistas son obstáculos que pueden llegar a ser extremadamente peligrosos. Esta conversación se da básicamente entre ciclistas que se han encontrado por lo menos tres o cuatro veces en el tiempo y que realizan algunos tramos extensos en sus rutas.
El tercer gran tema entre los miembros de este gremio es el de los coches aparcados en doble fila. Estos coches obligan al ciclista a alejarse del área de seguridad que representa el carril de la derecha, y adentrarse furtiva e intempestivamente en la pista, que es el territorio de su gran enemigo, los coches. Esta maniobra obliga al ciclista girar rápidamente hacia la izquierda para ver de reojo si está libre el carril y de esta manera adelantar al coche o, si vienen coches, frenar bruscamente detrás del coche aparcado. Si el ciclista logra incursionar en el carril de a lado, existe una posibilidad (que no es pequeña) de sufrir un accidente. En el momento inmediatamente anterior a adelantar el coche, pero con toda la viada puesta en la maniobra, súbitamente se abre la puerta del piloto. En estos casos ya no hay tiempo para reaccionar y el choque y la caída es inevitable.
En los semáforos también hay tiempo para hablar sobre otros asuntos que preocupan a los miembros del gremio: lugares donde reparar bicicletas o adquirir repuestos, rutas alternativas con menor tráfico; comentarios estéticos sobre las particularidades de la bicicleta del compañero, últimos robos sufridos, candados idóneos para la seguridad de la bicicleta, etc.
El último rasgo que distingue a los miembros de este gremio es la competencia. La competencia no es explícita, pero se vuelve tangible en las pistas. Cuando dos o tres ciclistas coinciden en un semáforo, irremediablemente y sin decírselo, competirán para ver quien pedalea más rápido. Esto genera envidias ligeras sobre el tiempo de pertenencia al gremio o sobre el tipo de bicicleta del compañero gremial.


Después de leer esto en la última carta del funámbulo, me queda la interrogante sobre la razón por la que me ha enviado este tratado del gremio. ¿Cuál es el gremio del funámbulo? Veo difícil que él pertenezca a algún gremio, alguien que se pierde por pueblos y ciudades donde los acontecimientos aún no han tenido lugar. Su único compañero es su sombra, su vida es el alambre y su irremediable destino el suelo.