miércoles, 4 de julio de 2007

Si me necesitas, llámame

Mientras caminaba de regreso del correo observé algo que entretuvo mis pasos. En una banca del parque había una pareja que estaba sentada, cogida de la mano. Me llamaron la atención porque él movía el pie izquierdo como si llevara el ritmo de una canción imaginaria, y ella movía su dedo índice derecho al compás de la misma canción. Con el pretexto de fumar un cigarro me quedé observándolos. Sus rostros eran pétreos, con la mirada congelada, como si se hubieran escapado de una película de Kaurismaki. Si no fuera por el leve movimiento del pie izquierdo de él y el dedo índice derecho de ella, podrían confundirse a lo lejos con unos maniquíes. Después de dar las últimas pitadas a mi cigarro, proseguí mi camino rumbo a casa recordando la siguiente historia que leí en las cartas del funámbulo.

En un relato de Raymond Carver, hay una pareja que decide hacer un viaje para ver si pueden arreglar su “situación”. Existe amor entre ellos, supongo que bastante grande, tienen un hijo, muchas discusiones, muchos lugares en común, algunas ilusiones concretadas y otras imagino rotas. Van a una playa o un pueblo costero, el lugar no lo recuerdo bien y creo que tampoco es importante para la historia, pero el mar estaba cerca. El compra provisiones, ella arregla la casa que han alquilado. Van a la playa, se bañan en el mar, regresan a casa, preparan algo de comer, intentan dormir un poco. El no puede hacerlo, así que se levanta y se pone a escribir. Al rato, ella se levanta y le dice que no tienen solución, que mañana recogerá sus cosas y se irá en autobús o en avión, no recuerdo bien, a la casa de su madre. No ha pasado nada dramático en el día, lo han pasado bien, se han tratado con cariño. El no intenta convencerla, acepta con cierta resignación sus palabras. Ella vuelve a dormir, creo que él se sirve algo de beber, un licor imagino. De madrugada, él se levanta y a través de la ventana de la cocina y entre la niebla exterior observa un caballo. La llama inmediatamente, ella baja. No es uno, son varios caballos que están ahí en el jardín, entre la bruma de madrugada. Deben estar perdidos, pero no se ven alborotados. Seguro se han escapado de algún rancho o establo. El va a llamar a la policía para avisar el hecho. Ella le dice que no, que aún no, que espere un rato, y se quedan contemplando la imagen de los caballos hacia el fin de la noche. Luego de un rato, llaman a la policía que se los lleva. Ella le dice que se siente bien, pone música, bailan un poco, hacen el amor. A la mañana siguiente él coge el coche y la lleva al aeropuerto…, o a la estación de bus…., no sé.